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25 de agosto de 2015

Colecciones: nuestras conchas de mar.

Casi todos los inviernos, pasamos las Navidades en la Playa de Gandía. Todas las mañanas, haga frío o calor, paseamos por la playa. El primer invierno, en uno de aquellos paseos, mi hijo, que por aquel entonces tendría unos cuatro años, comenzó a preguntar como se llamaban las conchas que iba recogiendo. Mi conocimiento sobre la materia se reducía a cuatro nombres: mejillón, navaja, berberecho y tellina. Lo curioso era que las que me mostraba eran totalmente desconocidas para mí. Se me ocurrió decirle que nos las llevaramos a casa y que, más tarde, buscáramos su nombre en los libros de la Biblioteca o en Internet. Ahí comenzó nuestra colección.

Vistas del Mondúver desde la zona de las dunas en la Playa de Gandía. Navidades de 2009

Con los años, por supuesto, la colección fue creciendo. Ernesto, aficionado al mundo de los moluscos y, además, dueño de una tienda con un montón de conchas en el paseo del puerto, al ver a Samuel tan pequeño le fue regalando algunos ejemplares de la zona no muy valiosos, nos apuntaba su nombre y, además, decidió considerarnos clientes muy especiales para aplicarnos un descuento generoso en las que le comprábamos. Gracias a él, supimos como buscar conchas, y lo más importante, a clasificarlas y a seleccionar las de mejor calidad.

Otras formas de aumentar la colección fue buscar conchas en todas las playas que visitabamos; decirles a nuestros conocidos que nos trajeran las que ellos encontraban; y, por supuesto, comprar las más vistosas que no pertenecen al Mediterráneo sino al Indopacífico en las tiendas de los paseos marítimos y, através de Internet en Conchology (una extraordinaria tienda dedicada por entero a los moluscos del Indopacífico, aunque también venden ejemplares de otros lugares). Si, además, se tiene dinero, se pueden conseguir ejemplares muy raros en su subasta.

Caja hecha a mano con algunos ejemplares comprados en Conchology y algunos encontrados en las playas.

Hay que decir que no se trata de una colección de lujo. ¡Más quisiéramos nosotros! Es muy modesta, pero, más que un gran valor económico, tiene un gran valor cultural. Renocer los nombres de las conchas de nuestras modestas playas, y las que venden en las tiendas de souvenirs, es como conocer el nombre de las flores y los árboles que están en nuestro entorno. ¡Nos alegra la vida!

Detalle de los habitantes de una roca.

Este verano de 2015, en la playa de Arnao, en el concejo de Castropol en Asturias, encontré 3 pequeñas joyas que trajo la marea.

Playa de Arnao en la ría del Eo con marea baja (Castropol)

La primera es una Epitonium clathrus.

La Epitonium pertenece a la familia de las Epitoniidae y se suele  encontrar en aguas del Mediterráneo. Suele medir entre 13 y 40 mm, y suele tener un color que va desde el marrón intenso al crema pálido o blanco.

Con sus hermanas Epitonium clathrus


A pesar de no ser éste un ejemplar extraordinario, pues mide tan solo 25 mm y no tiene un color intenso, tiene para mí un valor sentimental porque, precisamente es una especie que solo he encontrado en el Cantábrico.  Esta última Epitonium no está rota y sus costillas están intactas, por lo que pasará a formar parte de mi modesta colección, junto con los otros ejemplares de su misma especie encontrados en años anteriores en Arnao.

Otra de las joyas que encontré fue una mínima y diminuta Cupulus ungaricus, pertieneciente a la familia de las Capulidae, que puede llegar a medir 50 mm. La mía tan solo mide 6 mm y es totalmente blanca, pero tiene un ápice de forma de capucha retorcida extraordinario. También es una especie habitual del Mediterráneo. Su color es también entre marrón, crema y blanco. Sólo teníamos un ejemplar anterior del mismo tamaño recogida en Arano. Las recogidas en la playa de Gandía de tienen unos 40 mm y están recubiertas de periostraco.

La pequeña concha con su ápice retorcido
Con el otro ejemplar


Detalle del contraste de tamaños
Cupulus ungaricus de Gandía con resto del periostraco

La tercera es una Trivia monacha. Otro pequeño gasterópodo, que debido a su tamaño, también es difícil de encontrar, sobre todo en buen estado y con las tres manchas amarronadas en el lomo. Su tamaño medio está entre los 7 y los 12 mm. Se puede encontrar en las costas del Mediterráneo, en las de las Islas Británicas y en las de Marruecos.

En su caja con sus compañeras

Y por fín, las tres en su respectiva caja con el resto de sus parientes.



24 de agosto de 2015

Cuadro con cuervos y bayas

Blackbirds and Berries de Kim Diehl
Ya comenté en mi entrada de Variantes de la bolsa reutilizable que quiero deshacerme de los pequeños retales que voy guardando y un cuadro de patchwork es la típica idea 3B: buena, bonita y barata.

Cuando salgo de vacaciones por un período largo, el equipaje dedicado a la costura tiene que caber en un bolso que realicé -también con retales- para esta función. Así pués, la costura tiene que cumplir cuatro requisitos:
  que se pueda coser a mano,
  que sea pequeña,
  que no necesite demasiado material y
  que todo quepa en mi bolso.

Tengo varios proyectos de cuadros de patchwork donde se reutilizan muchos retales. Al final, entre todos, elegí un cuadro de Kim Diehl, titulado Blackbirds and Berries, de su libro Homestyle Quilts que compré en ShopMartingale, porque cumplía los cuatros requisitos.

Me preparé una lista y un día antes de irnos, fui metiendo todo el equipo en el bolso: retales de diferentes tonos lo más parecidos al original; guata; tela trasera y tela para el fondo de la aplicación; entretela adhesiva de doble cara; plantillas de la aplicación; regla; tijeras; agujas de acolchar e hilo; bolígrafo para marcar los dibujos; cutters; alfileres y, por supuesto, las instrucciones del patrón.

Cuando llegué comencé con la aplicación. Fui cosiéndola con punto repulgo en vez de punto festón.  El punto repulgo, llamado en inglés Whipstich, es un punto parecido al de sobrehilado hecho a mano, solo que las puntadas visibles son rectas y no diagonales. Se usa para unir aplicaciones en fieltro y en patchwork.

Detalle del punto repulgo

Una vez terminada la aplicación, cosí el marco interior y, posteriormente, uní el cuadro al marco.


Luego,  comencé el acolchado de las tres capas a mano. Este paso me llevó, como siempre, bastante tiempo. Y luego le añadí el borde.


Detalle del acolchado
Detalle del punto escondido para unir el borde

Y éste fue el resultado final.




18 de agosto de 2015

De vuelta.

Volví.

¿Fuí feliz?  Todo depende de la exigencia de cada uno. La mía: eludir los calores de Madrid, leer tranquilamente esos largos libros que se acumulan durante el año por falta de tiempo y cansancio, mirar por la ventana y no ver a mi alrededor ningún edificio, respirar aire limpio, coser algún proyecto sencillo que no requiera máquina, jugar con mi familia a juegos de antaño, ver cine y si es posible parar un poco el tiempo. Cosas simples todas, excepto la última que no siempre consigo.

Asturias es nuestro paraiso. Desde que la descubrimos hace unos diez años, nos sigue cautivando y enamorando. No solo por su color, también por su aroma, su frescor, su silencio... Vamos año tras año a regenerarnos. Eludimos los grandes nucleos urbanos, las playas más visitadas y nos alojamos en una casa de piedra de una pequeña aldea rodeada de maizales y manzanos, vacas y cuervos. Nos olvidamos del progreso tecnológico y retrocedemos en el tiempo. Oímos de tanto en tanto, según sople el viento, pasar el FEVE a unos cuatro kilometros. Y desde el porche, vemos el cambiante cielo, este verano más alegre y brillante que de costumbre.

Mi hijo tomó esta foto del cielo desde la casa.

Nubes jugando

Y ésta la hice yo desde el porche.


Ahora, vuelta a la rutina, a las clases, a la casa ...